viernes, 8 de julio de 2016

El gran reto económico es convertir los residuos en recursos

elEconomista  8/07/2016
 
La colaboración público-privada es clave para un tejido productivo sostenible
 
Estamos asistiendo a un proceso de cambio. Dejamos atrás un modelo económico lineal, basado en el concepto de usar y tirar y avanzamos hacia una sociedad más responsable, donde el ciudadano reclama una mayor integración de la sostenibilidad. Esta nueva realidad que comienza a vislumbrarse es la Economía Circular, un modelo productivo que se basa en aprovechar los residuos, convirtiéndolos en recursos, fomentar la prevención y apostar por la innovación para impulsar el tejido industrial y el empleo.
 
 
observatorio-economia-circular-770.jpg Para analizar este trascendente fenómeno, elEconomista ha celebrado un Observatorio bajo el epígrafe La revolución de la economía circular en los hábitos de consumo, que ha reunido a Óscar Martín, consejero delegado de Ecoembes; Aurelio Pino, presidente de la Asociación de Cadenas Españolas de Supermercados (ACES); María Jesús Ruiz, ex presidenta de la Comisión de Medio Ambiente del Senado; Victoria Labajo González, coordinadora del Grupo de Investigación Empresas, Economía y Sostenibilidad (E-SOST) de la Universidad Pontificia Comillas-ICADE; Ileana Izverniceanu, directora de Comunicación y Relaciones Institucionales de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), con la moderación de Javier Romera, jefe de Redacción de elEconomista.

La gestión de residuos ha permitido crear tejido industrial y trabajo: en España aporta alrededor de 25.000 millones de euros anuales, un 2,4% del PIB, y da empleo a 4 millones de personas. Sin embargo, no se está haciendo todo lo debido: según las cuentas de la Comisión Europea, si se aplicara toda la normativa vigente, se crearían 400.000 empleos en la UE, de los que 52.000 serían en España; además, se ahorrarían 604.000 millones a las empresas europeas, por el menor desperdicio de recursos, y las emisiones de CO2 bajarían hasta un 4%.

Las carencias más importantes para alcanzar esos números tan positivos se encuentran en la recogida selectiva de los residuos -para lo que es necesario la separación en origen- y en la correcta implementación de las políticas establecidas por las autoridades.

En general hay déficit de recogida en la mayoría de los flujos de residuos, sobresaliendo aquellos más asentados, como el vidrio, el papel/carton o los envases. En este último, Ecoembes recicla ya el 74,8% de los envases domésticos, situándose 19 puntos por encima de los objetivos establecidos por la UE.

Este éxito se basa en el compromiso de los fabricantes, que son responsables de los residuos que generan sus productos y deben recogerlos y darles tratamiento, ya sea individualmente o por medio de un Sistema Integrado de Gestión (SIG), como Ecoembes, Ecovidrio (vidrio), Signus (neumáticos) o Sigaus (Aceites industriales).

El modelo de los SIG, por consiguiente, debería extenderse y profundizarse donde ya esté implantado. En palabras de Óscar Martín, "No debe parar; no puede ser complaciente con las cifras actuales. Pero hace falta que ese modelo, íntimamente ligado a la colaboración público-privada, se extienda a todos los flujos de nuestros residuos, y se extienda desde la generación, desde el consumo responsable y hasta el final de la línea, que será el reciclado de los productos".

No hacer experimentos

Atendiendo al resultado de la aplicación de los SIG, no tiene mucho sentido desviarse del modelo. En este sentido, los asistentes debatieron sobre una de las alternativas, el Sistema de Depósito, Devolucion y Retorno (SDDR), que piensa implantar la Comunidad Valenciana con el apoyo de los grupos ecologistas.

El SDDR consiste en obligar al consumidor a abonar una cantidad adicional en la compra de cada producto, que luego se le devuelve al entregar el envase vacío en el comercio donde lo adquirió para que éste lo remita a las plantas de tratamiento y reciclado.

Con independencia de que sea una medida realmente ecológica y no una operación comercial para vender las máquinas en las que el consumidor depositaría el envase vacío, el SDDR plantea otro tipo de problemas.

El principal es su coste y su escaso alcance: el SDDR únicamente afecta al 9% de los envases -las correspondientes a las bebidas - ahora recogidos en el contenedor amarillo, e implantarlo tendría un coste ocho veces mayor que el actual, pudiendo alcanzar los 900 millones anuales. Además, no son sistemas complementarios ya que duplican infraestructuras (recogida en contenedor y recogida en comercios) y pueden provocar confusión en el ciudadano a la hora de reciclar.

Al respecto, Aurelio Pino indica que "en el año 1997 la legislación española dejó la opción de escoger entre distintos modelos; se optó por los SIG y nuestras tiendas, y sus sistemas logísticos, incluyendo los municipales y no municipales, se han ido configurando sobre ese sistema. Hemos montado el esquema sobre la base de esa seguridad jurídica; cualquier cambio a nosotros nos afecta, pero, sobre todo -hay muchos estudios hechos- supone un coste de implantación inasumible y desproporcionado para lo que podría ser una hipotética mejora".

Así pues, el coste y la complejidad que introduciría en el sistema de gestión de los residuos de envases, unidos al escaso volumen de residuos que trataría realmente, aconsejan desechar su implantación y profundizar en el modelo ya en vigor actualmente protagonizado por los SIG.

Los consumidores se manifiestan cautos sobre el SDDR. Como indica Ileana Izverniceanu, "necesitamos información amplia sobre este tema para pronunciarnos pero a priori un cambio en los hábitos de los ciudadanos debe de ser muy pensado y sopesado". Además, tienen otras muchas otras peticiones, como que no haya problemas con las tiendas o con los puntos limpios, que éstos se ubiquen cerca de los domicilios, que los fabricantes destierren prácticas como la obsolescencia programada de los bienes ofertados y permitan que los aparatos sean reparables, que los criterios aplicados en la caducidad de los productos sean económicos y no comerciales, que las garantías sean válidas durante más tiempo -en caso de fallo de un aparato, a partir del sexto mes el consumidor debe probar que no ha sido por uso-, que se apliquen las leyes existentes... "la lista es larga, porque llevamos 40 años peleando". También apunta a que la crisis ?ha ensañado al consumidor que hay otras formas de consumo muy diferentes?, en alusión tanto a la tendencia creciente a alargar el uso de los productos -siempre que la industria lo permita- como a la llamada economía colaborativa: "la propiedad existe, pero hay otros medios de posesión". Para ello también hace falta diseñar una legislación que ayude y que, una vez exista, "se aplique por parte de las autoridades".

Aplicar la legislación

Todos los ponentes estuvieron de acuerdo en que la laxitud a la hora de aplicar la normativa es otro de los obstáculos para que la Economía Circular deje de ser un concepto y se haga realidad.

María Jesús Ruiz abundó en ello: "Tenemos la legislación, tenemos las capacidades para poder ponerla en marcha, hay tecnologías que se están utilizando, se ve que hay diferencias entre los territorios -hay comunidades autónomas que van más avanzadas que otras con los mismos requisitos-, y, por tanto, creo que es muy importante que el consumidor esté concienciado, pero es verdad que también la Administración tiene que ser muy exigente a la hora de aplicar toda la normativa que existe". Ello evitaría, por ejemplo, que se cometieran ?barbaridades?, como sucede con la gestión de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos.

Ruiz, coordinadora de la Ponencia de estudio sobre residuos del Senado que actuó el año pasado, abundó en varios de los graves problemas de la gestión de los residuos: su ideologización, que impide enfocar los problemas con objetividad, la falta de transparencia en las tasas y la insuficiencia de las mismas para disminuir el volumen de materiales desperdiciados.

Pagar más para evitar verter

España está muy lejos de cumplir los objetivos de depósito en vertedero, lo que puede conllevar sanciones europeas e implica un tremendo dispendio de recursos. Uno de los motivos clave es que los ciudadanos desconocen cómo funciona la gestión de las basuras, a pesar de los esfuerzos educativos al respecto, que han de redoblarse.

Además, tampoco hay una estructura de tasas adecuada, porque en muchos casos se mezclan con otros conceptos, como la limpieza viaria o el agua. Y como colofón, el pago es insuficiente: si en los países más avanzados de la UE se destinan de 90 a 100 euros por tonelada, "aquí es bajísimo, es mucho más barato verter", según Ruiz. La conclusión, por lo tanto, es obvia: hay que pagar para introducir en la cadena de valor el impacto ambiental real y dejar de hablar de residuos para hablar de recursos y de Economía Circular.

Crece el consumo responsable

El lado positivo de la situación es que, como comenta Victoria Labajo, basándose en datos reales sobre pautas de compra, "los consumidores están dispuestos a pagar un extraprecio por productos que sepan que son responsables". Y sostiene que en España -a diferencia de la UE- se está perdiendo la oportunidad de acceder a nuevos mercados en los que la conciencia del comprador influye mucho en la decisión de compra.

Según Forética, el 76% de los consumidores pide a las empresas un comportamiento responsable, pero es complejo desarrollar ese nuevo mercado porque no es fácil cambiar los procesos productivos y hacerlos más sostenibles y porque tampoco hay claridad en el etiquetado que identifica un producto como responsable. Ahora bien, la empresa que se adentra por esa línea de negocio obtiene premio: las marcas sostenibles crecen nueve veces más rápido.

Por sus ventajas ambientales y económicas, hay que empujar ese nuevo mercado sostenible, tanto actuando sobre la demanda como sobre la oferta. 

Así, Martín cree que "es necesario primar, que no premiar, los productos reciclados" e incide en la importancia de potenciar el ecodiseño de los bienes para prevenir los residuos, aspecto en el que Ecoembes ha realizado más de 38.000 medidas. 

En definitiva, la Economía Circular es un modelo que ha llegado para quedarse y sin el cual no se entiende el futuro del planeta. Es el momento de tomar partido y asumir los retos que nos plantea nuestro presente: construir una sociedad basada en la sostenibilidad que nos permita frenar los efectos del cambio climático y alcanzar un modelo de desarrollo sostenible.