La eficiencia ha aumentado, pero la reducción del coste ha sido un fracaso 15 NOV 2018 - 07:21 CET
Nuestro mercado eléctrico surgió de la ley 54/1997. Estuvo impulsado por la UE, siguiendo la tendencia intelectual, entonces vigente a escala mundial, de liberalizar lo más posible el sector eléctrico y aumentar su eficiencia pasando al sector privado su toma de decisiones y asunción de riesgos. Sus objetivos, minimizar el coste de la energía eléctrica para todo tipo de usuarios, asegurar su suministro y mejorar la calidad del aire que respiramos (ahora descarbonizar) –lo que se ha dado en llamar el trilema–. Las máximas de los mercados competitivos sin apenas intervención del Estado, salvo mínima regulación, se disponían para mejorar las prestaciones de un sector hasta entonces monolítico y centralizado. Pasados 20 años, y en el resto del mundo poco más, la pregunta que cabe hacerse es ¿ha cumplido esos objetivos básicos? ¿En qué medida?
Se habla mucho las últimas semanas sobre las prestaciones del complejo Mercado Eléctrico (en general refiriéndose al de energía eléctrica al por mayor). Algo tiene que ver el que estemos en los primeros actos de la larga campaña electoral que nos espera hasta las próximas elecciones. También que su sola mención despierta no pocas interpretaciones emocionales. Los ciudadanos y los políticos nos merecemos saber con cierto detalle qué se dirime en su entramado y qué repercusiones tiene su buen funcionamiento en nuestro bienestar, salud y sostenibilidad económica y ambiental. El reciente Informe de la Comisión de Expertos es un paso adelante en este sentido.
El mercado eléctrico es el eslabón de partida de la cadena de suministro de la electricidad que todos consumimos: una mercancía, y a la vez un servicio público que requiere la intervención/regulación del Estado. En ese eslabón se dirimen grosso modo 13.000 de los 32.000 millones de euros (el resto va a su transporte, distribución y a subvenciones y pagos diversas) que dentro del marco regulatorio español actual supone generar, transportar y distribuir energía eléctrica –nuestro saldo neto en contra anual de las importaciones/exportaciones energéticas es de 22.000 millones de euros–.
Indudablemente, las luces se encienden casi siempre que accionamos su interruptor a cualquier hora. La eficiencia de la producción, y sobre todo el conocer sus costes de cara a fijar sus precios en el mercado y aguas abajo en las tarifas, ha aumentado notablemente y ha permitido homologar nuestro mercado con otros. Las emisiones de GEI han aumentado notablemente. Las intervenciones del Estado no han sido pocas para rediseñar y limitar prestaciones, rescatar tecnologías productivas incapaces de recuperar inversiones, fijar cuotas inducidas por la UE, aplicar subvenciones, etc.
Si nos referimos a la minimización progresiva del coste de la energía eléctrica final para industrias y usuarios, evidentemente no se han cumplido objetivos. El coste del kWh para un ciudadano medio se ha incrementado desde el año 2000 al 2017 en un 120%. El precio del mercado mayorista de electricidad ha pasado de 30 euros/MWh a más de 75, en los que estamos ahora –la referencia del IPC se ha incrementado en un 49%–. El incremento en ambas vertientes es considerable para un artículo/servicio de primera necesidad como la energía eléctrica. Esos precios han situado a España los últimos años en el pelotón de los países de la UE con precios de la electricidad más altos, sólo superados habitualmente en Dinamarca y Alemania.
El diseño del mercado se basa en uno artificial de paradigma marginalista de costes de producción variables, de acceso abierto y no discriminatorio. En varias etapas temporales —el día antes y en tiempo real pool— se dilucida qué generadores satisfacen físicamente un equilibrio instantáneo entre lo que se oferta de potencia eléctrica y la demanda. La renta inframarginal que el precio resultante en los sucesivos intervalos aporta a las unidades productivas que apuntalan la demanda, con costes inferiores al de cierre, permitiría —prometía la teoría en condiciones ideales— recuperar en el tiempo los costes fijos de la inversión necesaria para incorporar a la red eléctrica esas máquinas.
Hoy hay dos grandes grupos de mercados eléctricos: los de central-dispatching —7 norteamericanos— y los self-dispatching —los 7 europeos importantes y otros en distintos países—. Aquellos optimizan más variables económicas y físicas, pero son más complejos por los algoritmos, mecánica y previsiones que utilizan.
Estos 20 años de mercado se pueden resumir en grandes opciones de mejora. Evitar techos políticos de precios y sobrecapacidad, que la demanda real de los usuarios se enfrente con la producción, superar la falta de remuneración (missing money) de determinadas tecnologías productivas (capacidad), normalizar ofertas de producción bajo estándares, plasmar en valor monetario otros submercados decisivos en el pool, precios por zona geográfica, legado de costes y concesiones del pasado, etc.
Es indispensable un aggiornamento del diseño para incorporar los avances tecnológicos y algorítmicos sobrevenidos, la inminente presencia de una gran cantidad de oferta de energía renovable a coste marginal cero, una digitalización vertiginosa, una previsible capacidad de gestión de almacenamiento, una volatilidad de precios creciente por la intermitencia de producción y unos costes de flexibilidad, inercia física, reserva, etc. que habrá que optimizar. La gobernanza del nuevo mercado requerirá de un estudio riguroso que dilucide ex ante, con los principios básico apuntados, quiénes pueden ser los actores tecnológicos presentes en el mercado –qué hueco ocuparán en la cobertura de la demanda y qué papeles representarán–, qué marco de financiación lo habrá de regir y cómo se asignarán socialmente los costes que ello conlleva.
El Estado/regulador deberá jugar un papel estratégico y facilitador esencial, soportado por las capacidades de un operador del sistema –ISO (Independent System Operator) preferiblemente sin ánimo de lucro que integre el operador de mercado y sistema—, que determine en qué condiciones técnicas se accede a esos mercados y durante cuánto tiempo (garantizando una retribución razonable). El ISO también debería coordinar las funciones y competencias de los DSO (Distribution System Operators), llamados a protagonismos importantes en submercados a escala territorial. La continuidad, fluidez y potenciación del suministro eléctrico es una necesidad estratégica de nuestro país. La regulación para asegurarlo, que su coste sea óptimo, se proteja la naturaleza en su consecución y se atienda a las necesidades básicas de los más desfavorecidos en su consecución, es responsabilidad del Gobierno. Es un desafío vital en el que hay que poner no poca inteligencia, templanza y medios para hacerlo acorde con una sociedad moderna que aspira a electrificar más su abastecimiento energético introduciendo renovables y creando con ello nueva actividad económica y desarrollo.
Si queremos un mercado eléctrico eficiente y, aguas abajo, un suministro competitivo y equitativo, debe alumbrarse tácitamente un contrato social en el sector basado en la transparencia, fluidez en la información, cooperación leal a múltiples niveles, fuerte competencia y el reconocimiento de que es esencial una retribución justa y razonable a las inversiones que arriesgan recursos en él. El destruir la confianza social en los agentes puede ser una táctica política (o empresarial) legítima, pero no una buena práctica del poder público a medio o largo plazo.
José Luis de la Fuente O’Connor es Exvocal de la Comisión de Expertos sobre Escenarios de la Transición Energética
Volkswagen espera convertirse en el primer fabricante de coches eléctricos del mundo gracias a un multimillonario plan para producir en masa vehículos eléctricos, según aseguró hoy su consejero delegado Herbert Diess.
La compañía alemana invertirá 44 mil millones de euros en el desarrollo de automóviles eléctricos, conducción autónoma y nuevos servicios de movilidad hasta 2023. En paralelo la multinacional prevé unir fuerzas con la también multinacional estadounidense Ford. En este sentido Diess dijo que esperaba tener un acuerdo marco sobre cooperación con Ford a finales de con el enfoque inicial en vehículos comerciales. El primer ejecutivo del grupo alemán precisó que no estaba en la agenda llevar a cabo una fusión con Ford, ni siquiera está previsto la toma de una participación en la compañía estadounidense.
La producción masiva de automóviles eléctricos ayudará al fabricante de automóviles a reducir los costes al mismo nivel que los actuales vehículos diésel, dijo Diess en una conferencia de prensa. El ejecutivo explicó que se trata del cambio de estrategia más radical de la compañía de la ciudad alemana de Wolfsburg, desde el escándalo de la manipulación de los motores diésel.
Para materializar su plan Volkswagen remodelará tres de sus plantas, en donde prevé aumentar la productividad un 30% de cara a 2025 con el objetivo de construir más vehículos de diferentes marcas en 2025. “Volkswagen debe ser más eficiente, más productivo y más rentable para poder financiar el alto gasto en el futuro y seguir siendo competitivo".
Por su parte los sindicatos alemanes, que controlan la mitad de los puestos en el consejo de supervisión del grupo alemán, dejaron patente su preocupación por el efecto que el plan de reestructuración de Volkswagen tendrá en el empleo ya que el montaje de coches eléctricos requiere de menos mano de obra que un tradicional de gasolina o diésel.
En Alemania alrededor de 436,000 empleos industriales están vinculados a la construcción de coches de gasolina y diésel. Y el nivel de empleo está bajo amenaza debido a que un automóvil con motor de combustión requiere del montaje de 1.400 componentes en el motor, el sistema de escape y la transmisión, mientras que un coche eléctrico requiere únicamente de 200 piezas.
Volkswagen prepara las fábricas alemanas de Emden y Hannover, ambas al norte del país, para que produzcan eléctricos a partir de 2022. Además, quiere construir una nueva fábrica de varias marcas, probablemente en Europa del Este.
La compañía tiene previsto aumentar el número de vehículos de diferentes marcas que se basan en la misma plataforma que serán producidos en una misma fábrica.
La producción de los modelos Passat se trasladará de Emden a la fábrica de checa de Skoda en Kvasiny, que tiene costes más bajos, y se producirán ahí a partir de 2023 junto con el Skoda Superb y el Kodiaq. El Skoda Karoq y el Seat Ateca, que se producen ahora en Kvasiny, serán transferidos a la nueva fábrica de varias marcas, que está prevista en Europa del Este.
"Esto hace la producción, la logística y la cooperación con suministradores más eficiente", dijo Diess.
El número de fábricas de varias marcas crecerá en los próximos años y el objetivo del grupo es un incremento del 30 % en la productividad en la red de producción hasta el año 2025.
El Volkswagen ID., que es el primer modelo eléctrico basado en la nueva plataforma modular para eléctricos, representa una nueva era para la compañía comparable con el primer Beetle o el primer Golf. El ID. tiene un alcance de 550 kilómetros y su precio será comparable con el que cuesta ahora un Golf con motor diésel, aseguró el presidente del grupo VW.
"Esto hará que millones de personas se puedan permitir un automóvil eléctrico. Lanzaremos el ID. como un vehículo eléctrico cien por cien neutral en emisiones, lo que incumbe a todo el proceso de producción, incluida la producción de baterías y si el cliente lo desea, a todo el ciclo de vida de unos 200.000 kilómetros", según Diess.
El Gobierno tiene en la recámara otras cuatro subidas fiscales para vencer las dudas de Bruselas sobre sus Presupuestos. Se trata del impuesto a la banca; el destope de las bases máximas de cotización a la Seguridad Social; la subida del impuesto a las primas de seguro y la eliminación de deducciones del Impuesto de Sociedades. Las tres primeras medidas supondrían, según cálculos de Hacienda, unos 5.000 millones más de recaudación.
Se estima que el impuesto a la banca, que se estudia bajo el máximo secreto, aportará unos 2.500 millones de euros al erario. El destope de las cotizaciones máximas podría añadir otros 2.000 millones a la Seguridad Social y la subida del impuesto a las primas de seguros, que pasaría del 6% al 9%, entre 300 y 600 millones.
El Ejecutivo también tiene en estudio eliminar parcial o totalmente las deducciones empresariales del Impuesto de Sociedades (IS). En total, estas exenciones tributarias suponen unos 3.500 millones cada año. Sin embargo, su eliminación dependerá de los apoyos parlamentarios que requiera Sánchez. Por ejemplo, las deducciones del IS en Canarias son 400 millones y es evidente que los diputados canarios las defenderán.
El impuesto a la banca por su parte se tramita con secretismo. Sánchez lo propuso el pasado enero para recaudar 1.000 millones adicionales que se destinarían a pensiones. En septiembre cambió de opinión y sugirió que lo había aparcado. Explicó entonces que el único impuesto que pensaba introducir era el de transacciones financieras, aprobado el viernes pasado, junto con el tributo que afectará a las plataformas digitales. Pero la medida continúa estando sobre la mesa de Hacienda pese a que al sector bancario se le ha transmitido que no es "inminente".
Funcionarios al tanto del diseño del impuesto explican que la medida se lleva con discreción para evitar las presiones del lobby bancario. La Asociación Española de Banca criticó el gravamen y dijo que tendría consecuencias sobre la salud del sistema financiero. El Banco Santander anunció en su última presentación de resultados que, si el impuesto se creaba, modificaría su estructura legal en España. También el PNV se mostró contrario a esta figura porque podría perjudicar a Kutxabank.
En la decisión de crearlo o no incide lo que ocurra con el sector financiero tras la sentencia del Supremo que acordó cargar a los bancos el impuesto de Actos Jurídicos Documentados de las hipotecas. Se estima que, si esta decisión se aplica con carácter retroactivo, la banca tendría que incurrir en un gasto de 6.000 millones, lo cual dificultaría sacar adelante el nuevo gravamen en 2019.
El destope de la base máxima de cotización, adelantado por este periódico, también fue propuesto en los primeros compases del Gobierno. La ministra de Trabajo lo planteó en julio en su primera comparecencia en la comisión del Pacto de Toledo.
La medida, como el impuesto a la banca, despertó un fuerte rechazo en el PNV y entre los empresarios vascos. Al tener salarios más altos en el País Vasco, la subida tendría una especial incidencia. Se calcula que unos 100.000 asalariados vascos tienen sueldos superiores a 45.000 euros, cantidad a partir de la cual afectaría el destope. Según ConfeBask, la decisión supondría un sobrecoste de 635 millones sólo en Euskadi. De ellos, 525 serían asumidos por las empresas y 110 por los trabajadores que verían mermado su salario neto.
Por último, el impuesto sobre las primas de seguros que grava con un 6% la prima neta del seguro. La idea del Gobierno es elevar el tipo al 9% lo cual le reportaría entre 300 y 600 millones adicionales.
La base imponible sobre la que se aplica es el importe de la prima satisfecha por el tomador. Este impuesto grava los supuestos en los que el riesgo esté localizado en España, es decir, bienes inmuebles, vehículos matriculados en el país o si el tomador del seguro tiene su residencia habitual o domicilio social en territorio nacional. Seguros como los de asistencia sanitaria, enfermedad, crédito y caución, previsión y pensiones, agrarios, de vida sin garantías complementarias, transporte internacional y reaseguro están exentos. Pero los más frecuentes sí están sujetos: coche, hogar, defensa jurídica, responsabilidad civil...
Respecto del Impuesto de Sociedades, la eliminación de deducciones dependerá del valor político que tenga cada una de ellas. A las deducciones para Canarias, que suponen 400 millones, hay que sumar las exenciones por inversiones en I+D+i, que ascienden a otros 400 millones; las de Formación para el Empleo, que son 250 millones y las que afectan a las sociedades anónimas cotizadas de inversión inmobiliaria (socimis) que suman 250 millones.
No hay nada más seguro en la vida que la muerte y los impuestos”. Con este aforismo atribuido al político y científico estadounidense Benjamin Franklin, el exministro de Hacienda del PP, Cristóbal Montoro, anunció la mayor subida de impuestos de la democracia. Corría 2012 y España estaba sumida en el abismo. Los mercados financieros apostaban en tropel contra la deuda pública, la prima de riesgo, un concepto financiero abstruso que mide el riesgo de un país, creaba pavor porque estaba descontrolada, y se popularizó en las barras de los bares. Los socios comunitarios se debatían entre dejar caer al país o aplicarle una traumática terapia de choque con en forma de austeridad. Un amargo tratamiento que ya habían recetado a Grecia, Irlanda o Portugal. Para evitar el rescate, el PP subió el IRPF, el IVA, eliminó ventajas fiscales para las empresas en el impuesto de sociedades, incrementó la tributación sobre el alcohol y el tabaco, propició aumentos del IBI municipal e, incluso, aprobó una amnistía fiscal. En definitiva, exprimió toda la capacidad tributaria a su alcance. Es verdad que cuando amainó la tempestad comenzó a bajar impuestos. Pero el hachazo fiscal de 2012 pasó a los anales como la mayor subida de impuestos de la historia democrática.
Ha pasado el tiempo y, en solo seis años, aquella pesadilla parece lejana. Tras cinco años de recuperación, la crisis parece un capítulo de ciencia ficción. El PIB se ha recuperado, el déficit público está bajando, los sueldos empiezan a subir y la recaudación acaricia cifras récord. Pero las secuelas siguen ahí: el paro no baja del 15%, la desigualdad se ha exacerbado y los servicios públicos siguen mermados tras los recortes.
En este contexto, el Gobierno ha anunciado un acuerdo con Unidos Podemospara subir el IRPF a las rentas altas y el impuesto de sociedades a las grandes empresas. Además, prevé aprobar dos nuevos tributos; uno sobre transacciones financieras, que gravará la compraventa de acciones, y otro sobre la economía digital, la llamada tasa Google. El PP y Ciudadanos han lanzado una campaña contra esta sacudida fiscal. Alegan que podría frenar la recuperación, afectar a la creación de empleo y desincentivar la inversión.
La ofensiva fiscal lleva a plantearse varias preguntas. ¿Cuántos impuestos se pagan en España? ¿Contribuimos más que nuestros socios comunitarios? Y, más allá de consideraciones políticas, ¿cuál es el sistema tributario que debería tener España? Antes de responder hay que precisar que sobre los impuestos ocurre algo curioso. Ponen de acuerdo a la mayoría de los ciudadanos: todo el mundo piensa que paga mucho respecto a lo que recibe, y considera que aporta al fisco más que sus vecinos. Es un mantra que se extiende con independencia de si la persona es de izquierdas o de derechas. Así lo revelan con regularidad las encuestas del CIS. Y para justificarlo un dato: más del 95% de los españoles considera que existe bastante o mucho fraude fiscal. Para ver si España está más cerca de ser un paraíso fiscal o un estado confiscatorio, lo mejor es echar un vistazo al resto de países. Y el resultado de la ratio de ingresos fiscales sobre el PIB es del 33,9% en España, frente al 40% de la UE. De entre los grandes países europeos, solo Irlanda tiene una presión fiscal menor (23,6%). En Francia y Dinamarca esta tasa supera el 47% del PIB.
España recauda poco en función de la riqueza nacional. Si quisiera homologarse al resto de países de la UE debería obtener unos seis puntos más de PIB por ingresos fiscales, el equivalente a unos 70.000 millones. “España no solo está por debajo del promedio, sino que sus impuestos son unos de los más bajos de la eurozona. Incluso están por debajo de países como Eslovenia y Hungría, y al mismo nivel que Chequia y Estonia”, señala Ignacio Zubiri, catedrático de la Universidad del País Vasco, en un artículo sobre tendencias fiscales de la UE publicado recientemente por Funcas, la fundación de las cajas de ahorros.
Preferencias
“La diferencia en la presión fiscal no es más que el reflejo de las preferencias de la sociedad sobre el tamaño que cree que debe tener el sector público”, explica Rafael Domenech, responsable de análisis macroeconómico de BBVA Research. Precisa que en muchos casos, estas preferencias están condicionadas por la eficiencia de las instituciones. Así, los países con más presión fiscal llevan décadas desarrollando políticas eficientes en la prestación de servicios públicos educativos y sanitarios. “Se han ganado la confianza del contribuyente, que está dispuesto a hacer una mayor contribución porque le merece la pena. Pero los casos de corrupción no ayudan a crear esta conciencia”, lamenta Domenech, que recomienda trabajar en mejorar la eficiencia de las Administraciones Públicas, y que estas aprovechen las oportunidades del big data y la revolución tecnológica para mejorar.
El motivo de la baja capacidad recaudatoria de España reside en el IVA y en el IRPF. Entre ambas figuras tributarias suman más del 75% de la recaudación total. Sin embargo, la percepción es que los tipos impositivos de estos impuestos no están muy alejados de la media europea. ¿Entonces, qué ocurre? Hay tres explicaciones: por un lado, el sistema tributario español está lleno de agujeros, con exenciones, deducciones y otros beneficios fiscales por donde se escapa la recaudación. Es como intentar llenar un cubo con un colador. España deja de recaudar 50.000 millones al año por las deducciones fiscales, el 25% del total de la recaudación.
Aunque muchos piensen en las empresas, lo cierto es que el IVA es el tributo más parcheado, con regímenes especiales y excepciones con tipos reducidos. Comer en un restaurante de tres estrellas Michelin o dormir en un hotel de lujo está gravado con el tipo mínimo del 10%, frente al tipo general del 21%. El sector turístico recibe un trato privilegiado fiscalmente, pero también existen otros sectores beneficiados. “España destaca junto con Grecia, Italia o Portugal por presentar los niveles más reducidos de recaudación potencial de IVA de la UE, recaudando de media un 45% de sus ingresos potenciales”, señala un documento del Banco de España sobre la estructura impositiva del país, elaborado en 2014 por el actual gobernador, Pablo Hernández de Cos. Por eso, Domenech es partidario de trabajar en aumentar la fiscalidad indirecta (IVA y especiales) en lugar de gravar más la directa. Precisamente esa es la tendencia internacional.
En segundo lugar, hay grandes bolsas de fraudes que conviven con regímenes tributarios, como el de módulos, que propician la elusión. Cuando se habla de fraude fiscal muchos miran a las grandes compañías y altos patrimonios, pero los inspectores no olvidan el menudeo entre los profesionales, autónomos y pequeñas empresas para explicar el volumen de la economía sumergida. Es frecuente oír en talleres, reformas, consultas médicas o servicios profesionales la pregunta de ¿con IVA o sin IVA? Y eso denota una escasa conciencia fiscal, que también se refleja en las encuestas del CIS (el 57% de los españoles piensa que paga muchos impuestos).
Bases imponibles
Junto a los agujeros del sistema y al fraude fiscal hay un tercer factor: las bases imponibles —los recursos totales sobre los que se aplican los tributos— son menores en España. En el IRPF, por ejemplo, los tipos no han dejado de caer desde los ochenta. A partir de entonces se han ampliado las exenciones y se han incrementado las deducciones familiares. Además, la baja participación laboral de España y la elevada tasa de paro hacen que el IRPF, no despliegue toda su potencia de fuego. “No se soluciona gravando más a las rentas altas, sino ampliando las bases fiscales y limitando deducciones”, explica Ignacio Conde-Ruiz, profesor de Economía en la Universidad Complutense. “Subir la imposición a las grandes empresas y a las rentas altas es muy popular, pero es poco efectivo en un contexto globalizado. “Vende mucho políticamente, pero se rasca poco si no se hace de forma coordinada en el ámbito internacional”, añade Conde-Ruiz, que es subdirector de Fedea, la fundación de estudios de economía aplicada. En realidad, los partidos conservadores tienden a bajar impuestos cuando gobiernan y los de izquierda no se atreven a subirlos, lo que deberían hacer cuando tienen el poder, explica.
Los abusos tributarios de las tecnológicas, que han aprovechado los resquicios legales internacionales para reducir al mínimo su coste tributario, han despertado el recelo de políticos y ciudadanos. Ejecutivos de empresas españolas consultados, admiten que estas prácticas creadas por corporaciones extranjeras han perjudicado la reputación tributaria de todos. Y recuerdan que hay una competencia fiscal entre países a modo de carrera global por ofrecer ventajas fiscales para atraer inversión.
Lo cierto es que el impuesto de sociedades recauda en España un 40% menos que antes de la crisis. Pero su contribución no está muy alejada de la media comunitaria. Fuentes empresariales explican que la situación actual no es comparable con el boom de la burbuja inmobiliaria y financiera, cuando constructoras y bancos encadenaban récords de beneficios. “No es la misma España”, aseguran. La recesión ha cambiado el panorama empresarial. Aunque el total de los resultados empresariales ya se acerca al nivel precrisis, el 70% del beneficio de las grandes multinacionales españolas procede del exterior. Y, además, estas arrastran en sus balances el parte de lesiones de la crisis, los llamados créditos fiscales, que les permite reducir los impuestos en el futuro.
Ministra de Hacienda, María Jesús Montero.JAIME VILLANUEVA
La OCDE ha publicado el informe anual sobre tendencias tributarias. “Los países han utilizado las recientes reformas tributarias para reducir los impuestos a las empresas y los individuos con el objetivo de impulsar la inversión, el consumo y la participación en el mercado laboral, lo que comenzó hace un par de años”, dice el estudio tras analizar los cambios en las 35 economías más desarrolladas.
Tras esta radiografía del sistema tributario español surge la pregunta ¿cómo mejorarlo? Existe un modelo ideal evocado recurrentemente por expertos y académicos. Hace una década el Instituto de Estudios Fiscales británico (IFS, en sus siglas en inglés) encargó al premio Nobel de Economía, James Mirrlees, que diseñara un marco tributario ideal, eficiente y óptimo. Durante cuatro años, el prestigioso académico trabajó con los mejores expertos y las mentes más brillantes del país. El resultado final fue publicado en 2013 bajo el nombre de Informe Mirrlees. Se trata de un voluminoso trabajo académico, que es un “ideal al que tender”, pero difícil de aplicar por los condicionantes políticos. El primer punto del citado estudio es rotundo: “El mejor sistema impositivo sería aquel que, para unos objetivos recaudatorios y redistributivos dados, optimizara el logro de los restantes objetivos, dentro de las restricciones que impone el contexto económico y político y la disponibilidad de información”.
El informe proponía una especie de minimalismo fiscal. Eliminar todas las grietas fiscales para recaudar lo máximo y unificar todas las prestaciones. Para ello planteaba fusionar el impuesto sobre la renta con las cotizaciones sociales (como hace Dinamarca) y establecer un único beneficio social (dependencia, pensiones…) que aglutine todos los existentes. En el impuesto de sociedades recomienda eliminar todas las deducciones excepto una para los fondos propios, que reflejaría el coste de oportunidad. En este ánimo de simplificación, aconseja un único gravamen sobre el impuesto al consumo (IVA y especiales) sin excepciones, ni privilegios.
Un estudio similar trató de hacer Montoro en 2013, creando un grupo de expertos para que bosquejaran una reforma tributaria. La comisión Lagares, bautizada así por Manuel Lagares, el economista que lideró los trabajos, presentó en 2014 un documento con 125 recomendaciones para construir el sistema tributario del futuro en España. La propuesta se quedó a medias. El Gobierno del PP hizo caso omiso de la mayoría de los consejos. Ante la inminencia de las elecciones en 2015, solo aplicó algunas rebajas de impuestos.
El trabajo de la comisión, sin embargo, era ambicioso. Tenía como objetivo impulsar la recuperación, combatir el déficit público, impulsar el ahorro y aportar más justicia al sistema. Lagares apostaba por reducir los tipos de IRPF y sociedades a cambio de eliminar la mayor parte de las exenciones, reducciones y bonificaciones. Aconsejaba un tipo único para gravar las rentas del ahorro (dividendos e intereses bancarios) y suprimir el régimen de estimación objetiva y de módulos. En el IVA, recomendaba suprimir exenciones, pero defendía un tratamiento preferencial para el turismo y la vivienda. Además, incluía un paquete de medidas para combatir el fraude fiscal y un potente ramillete de tributos verdes.
A pesar de ser celebrado por los expertos, quedó en un cajón. Ni los partidos de izquierda, ni los conservadores se acuerdan de este fenomenal trabajo sobre fiscalidad. Porque, al fin y al cabo, “los impuestos es lo que pagamos por vivir en educación”, según reza la placa que corona la sede del IRS de EE UU, el equivalente a la Agencia Tributaria. La sentencia se atribuye al juez Oliver Wendell, quien añadiría: “La alternativa es la ley de la selva”.
EL EFECTO ELECTORAL
Fue a partir de 1995 cuando el PP en la oposición empezó a vender que bajaría impuestos cuando llegase al poder. Quedaban pocos meses para las elecciones de 1996 y el PSOE de Felipe González en el Gobierno se encontraba aprisionado por las exigencias de cuadrar el déficit público para entrar en el euro. A partir de ese año, cada vez que se celebran elecciones, los dos partidos que han gobernado España, PSOE y PP, recurren a bajadas del IRPF para concurrir a las citas electorales. En el año 1999, José María Aznar aprobó una reforma fiscal con amplías ventajas en el impuesto de sociedades y presentó la primera gran rebaja del IRPF. Quedaba menos de un año para las legislativas. Durante la campaña electoral volvió a prometer una rebaja de impuestos. Y cuatro años más tarde, antes de los comicios de 2004 sacó adelante otra rebaja fiscal. El socialista José Luis Rodríguez Zapatero también se apuntó al carro en 2008. Entonces bajó el impuesto sobre la renta y aprobó la ayuda de 400 euros. En 2012, en plena crisis, no hubo promesas fiscales. Pero en 2015, el Gobierno de Rajoy también rebajó la fiscalidad.