lunes, 10 de febrero de 2020

El Frankenstein antisostenible de la moda no tiene botón de apagado

La venta de vaqueros y camisetas baratas es un negocio sucio. La llamada industria de la moda rápida arroja 1.200 millones de toneladas de carbono a la atmósfera de la Tierra cada año, más que los vuelos internacionales y el transporte marítimo combinados, según la Agencia Internacional de la Energía.
Tienda de Primark en la Gran Vía madrileña.Los minoristas de los trapos están yendo de farol con el cambio climático. La semana pasada, H&M ascendió a su antigua jefa de sostenibilidad al puesto más alto. Helena Helmersson quiere que el gigante de la moda sueca, que vale 28.000 millones de euros, utilice únicamente material 100% reciclado y algodón “sostenible”, es decir, fibra orgánica, reciclada o cultivada de forma que se reduzcan al mínimo los pesticidas y el agua. Estas soluciones parecen ambiciosas, pero en realidad podrían exacerbar otros tipos de contaminación.


Puede que un vestido de 34,99 euros de una de las principales cadenas esté hecho de algodón, un material natural que suena inocuo, pero utiliza fertilizantes que se filtran en las aguas subterráneas y crean zonas muertas en lagos y ríos donde la vida marina no puede sobrevivir.

Unas mallas de 6 euros utilizan poliéster, una tela que es en parte responsable de los 98 millones de toneladas de recursos no renovables como petróleo que utiliza el sector cada año. La producción de ropa, incluyendo los tintes y el cultivo de algodón, utiliza 93.000 millones de metros cúbicos de agua anuales, según la Circular Fibres Initiative. Eso equivale a unos 37 millones de piscinas olímpicas.

Las promesas de H&M deberían ayudar, pero el verdadero problema del sector es el desperdicio. Más de la mitad de la moda rápida producida se desecha en un año, según McKinsey & Company. A pesar de que cadenas como John Lewis y Zara han puesto en marcha programas de reciclaje de ropa que no se usa, alrededor del 73% de las prendas siguen terminando quemadas en incineradoras o en vertederos. Estos últimos producen metano, gas de efecto invernadero que, por tanto, contribuye al calentamiento global.

Los minoristas calculan que toda esta contaminación desaparecerá una vez que la llamada “economía circular” se ponga en marcha. El mercado, dicen, se convertirá en una utopía productiva en la que la ropa desechada se reciclará de manera eficiente y se venderá de nuevo a los clientes. Así pues, en lugar de reducirse, las cadenas de moda se están expandiendo. Megacadenas como Zara han aumentado el número de colecciones y nuevos estilos que lanzan cada año. Eso ha llevado a casi duplicar la producción de ropa en los últimos 15 años.

Mientras que los consumidores occidentales han comenzado a criticar a las marcas por sus emisiones de carbono, la creciente clase media de China e India está impulsando la demanda de la moda desechable. La Circular Fibres Initiative considera que si la economía circular de la industria del textil no se pone en marcha lo suficientemente pronto, la producción de ropa requerirá 300 millones de toneladas de petróleo para 2050. Eso es más del triple de las necesidades actuales.

Pocos minoristas están poniendo mucho de su parte para ayudar. Ni Inditex, ni la británica Topshop ni Primark –de la británico-irlandesa Associated British Foods– se han comprometido con los llamados objetivos basados en la ciencia. H&M sí lo ha hecho, pero sus materiales de origen sostenible y su compromiso de reciclaje para 2030 plantean nuevas preguntas.

H&M hace constantes avances en su programa de reciclaje, pero la industria en general no dispone de la tecnología o la infraestructura para crear nuevas prendas a partir de material desechado. En Suecia, donde las prendas de vestir se suelen recoger para reciclaje, los textiles no reutilizables se incineran de forma rutinaria, según el programa de investigación sobre moda sueca Mistra Future Fashion. Y actualmente no hay una solución para tratar el metano generado por los productos de algodón natural y lana depositados en los vertederos.
Eso deja la moda rápida en un lugar similar al de las grandes petroleras: la única forma segura de ayudar al planeta es recortar la producción. Si Inditex redujera los 26.000 millones de euros de ropa y enseres domésticos que produce cada año, habría menos necesidad de combustibles fósiles, agua y vertederos. Como en el caso del petróleo, eso interfiere con el nada extraordinario objetivo de aumentar sus beneficios y dividendos, como ha hecho la compañía en los últimos cinco años.

Animar a los clientes a que conserven la ropa durante más tiempo también reduciría los residuos. Pero la industria mundial de la moda, que vale 1,2 billones de euros, emplea a más de 300 millones de personas, Para Bangladés, el segundo mayor productor de prendas de vestir del mundo después de China, la ropa supone más del 80% de sus exportaciones, según el Banco Mundial.

La salida más fácil sería que los inversores, cada vez más obsesionados con la sostenibilidad, exigieran un cambio. Sin embargo, casi tres cuartas partes de las acciones con derecho a voto de H&M están controladas por la familia Persson, y Amancio Ortega posee el 59% de Inditex. A menos que se comprometan a actuar con mayor firmeza, el Frankenstein antisostenible de la moda seguirá desmandado.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

Frenazo en la construcción de vivienda: caen la inversión, el empleo y la edificación


Construcción

Los visados de obra se hundieron un 25% en noviembre, mientras que la inversión pasó de crecer al 4% a inicios de 2019, a cerrar con una caída del 3,5%

El sector constructor vivió en 2018 un año de euforia, pero los buenos datos se han ido progresivamente de­sin­flan­do conforme avanzaba 2019, hasta el punto de cerrar en tendencia negativa, ante la incapacidad de repetir por segundo ejercicio consecutivo las cifras excepcionales logradas un año antes, el mejor desde que se inició la recuperación del sector en 2015. Una evolución que parece acompasar la desaceleración de la economía española, pero sobre todo, el agotamiento del ciclo alcista inmobiliario, que ha hecho repuntar con fuerza y en muy poco tiempo los precios, y restado capacidad de compra de vivienda.
En 2019, la inversión residencial prácticamente se estancó, mientras que la aportación al PIB del sector constructor se redujo a la mitad con respecto a 2018. Los proyectos de nueva edificación han caído con fuerza varios meses y, a falta de los datos de cierre de año, parece que apenas repuntarán un 5% respecto a 2018, frente a las alzas de más del 25% de los últimos tres años. Los empleos en el sector también se resintieron y cerraron el año con caídas. 

Todo ello en un contexto de marcada ralentización, en el que la economía ha pasado de crecer al 2,6% en 2018 al 2% en 2019, y en el que las ventas de casas han caído un 3,6% en el acumulado hasta noviembre, tras cuatro años consecutivos de fuertes alzas de precios que han erosionado la capacidad de colocar producto y agotado muy rápido el ciclo.
Según los datos de Contabilidad Nacional publicados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la inversión en vivienda en España se frenó en seco en 2019, ya que apenas subió un 0,8%, tras el fuerte incremento del 6,6% registrado en 2018. El último trimestre acabó en números rojos, con una caída de la inversión en el sector residencial del 3,5% respecto al mismo periodo del año anterior. La disminución de la inversión se profundizó conforme avanzaba 2019: dejó de crecer en el segundo trimestre respecto al anterior, se redujo en el tercero (-0,3%) y se contrajo aún más en el cuarto (-3,5%).
Ello también ha provocado que la aportación de la construcción al PIB se haya reducido prácticamente a la mitad, del 5,7% de 2018 al 2,9% registrado en 2019, según los datos de Contabilidad Nacional. Si bien en el primer trimestre de 2019 esta rama de actividad crecía al 6%, su vigor se redujo progresivamente a lo largo del año hasta contraerse en el último trimestre un 0,7%.
La moderación que atraviesa el sector también se evidencia en el número de nuevos proyectos de viviendas. Los datos recientes del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana muestran que los visados de obra nueva se desplomaron un 25,5% en noviembre respecto al mismo mes 2018, el mayor descenso en cinco años, y el quinto mes no consecutivos de caídas interanuales en 2019.
A falta de los datos de cierre de año, todo parece indicar que en 2019 se habrán iniciado de cerca de 105.000 casas, muy lejos de las 150.000 que los promotores estimaban como cifra de “velocidad de crucero” y a cierta distancia también de las previsiones hechas por Servihabitat a finales de año, que preveía alcanzar las 125.000. El número de proyectos se quedaría así muy cerca de los registrados en 2018 (100.733), lo que supondría un aumento anual inferior al 5%, frente a los fuertes repuntes cercanos al 25% entre 2016 y 2018, si bien es cierto que en esos casos se partía de cifras absolutas mucho más bajas.
La contradicción de la edificación también ha hecho mella en la mano de obra. Así lo muestran los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), que revelan que en el último trimestre de 2019 la construcción –excluida la de ingeniería civil– dio empleo a 1,174 millones de ocupados, un 0,4% menos que el mismo periodo de 2018.