
Durante siglos en Gran Bretaña al que era moroso se le condenaba con la cárcel hasta el pago de las deudas. Es obvio que dicho pago se entorpecía con la estancia en la cárcel, por lo que muchas condenas se transformaban en cadenas perpetuas. Peor era el Derecho Romano por el cual el deudor respondía como prenda de sus deudas con él mismo y su familia. La mayoría de romanos influyentes tenían en su propia residencia una cárcel donde encerraban por un máximo de 60 días a los morosos sujetos por una cadena de hierro y con alimentación reglamentada de tan sólo una libra de harina diaria. Si no se cumplía con la deuda tras ese encierro, el acreedor tenía derecho o bien a ejecutar directamente al deudor, o bien a llevarlo al mercado de esclavos. Y si el deudor lo era de varios acreedores se le podía descuartizar para “repartirlo”. Como vemos, el problema de la morosidad no es nuevo y últimamente se ha hecho tan habitual que apenas llamó la atención que se hiciera público que la tasa de morosidad de créditos hipotecarios en Estados Unidos y el porcentaje de préstamos que entraron en proceso de ejecución alcanzaron en el tercer trimestre sus máximos históricos.
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