Zapatero y la esperanza
19:41 18-11-2009
El lado oscuro de la esperanza
Cuando al cabo de cierto tiempo los investigadores analizaron la situación anímica de los pacientes, comprobaron que los del segundo grupo -los que eran conscientes de la irreversibilidad de su situación- se mostraban más felices que los primeros. Según Ubel, la explicación está en que "la esperanza es una parte importante de la felicidad, pero también tiene un lado oscuro. A veces, si la esperanza nos hace retrasar nuestra adaptación a las circunstancias de la vida, puede ser un obstáculo hacia la felicidad. Los pacientes [con la operación irreversible] eran más felices porque se habían adaptado a su nueva vida. Eran conscientes de las cartas que les habían tocado y reconocían que no tenían otra opción que jugar con ellas. El otro grupo, por el contrario, estaba esperando a que le reimplantaran el colon; y al comparar la vida que llevaban con la que esperaban más adelante, no aprovechaban su situación presente".
La conclusión general del estudio es que los mensajes esperanzadores, especialmente cuando están poco fundados, pueden ser perturbadores para los pacientes, porque interfieren con su adaptación emocional. "No debemos privar a la gente de esperanza. Pero debemos tener cuidado en aumentarla tanto que posterguemos su adaptación a la vida real".
Uno de los economistas que participó también en la investigación, George Loewenstein, aplica esa conclusión a la vida en pareja y afirma que se recupera antes quien enviuda que quien se separa o divorcia: "Si tu cónyuge muere, hay un punto final (closure). No subsiste posibilidad alguna de reconciliación". Esa necesidad psicológica de un punto final como paso necesario para superar un episodio adverso explica también, a mi juicio, por qué los familiares de víctimas de accidentes, aunque tengan la certeza de la muerte de sus familiares, no descansan hasta que se encuentran sus restos humanos y les dan sepultura.
La paradoja de Stockdale
La conclusión del estudio de Ubel y sus colegas es congruente con el fenómeno que un célebre autor de libros de gestión empresarial, Jim Collins, denominó la "paradoja de Stockdale" en su libro Good to Great. La paradoja queda resumida en el elocuente título de su capítulo 4: "Confronta los hechos por brutales que sean y, sin embargo, no pierdas la fe".
La paradoja toma su nombre de James Stockdale, un piloto de la Marina americana que, en septiembre de 1965, en una de sus salidas en su Skyhawk para bombardear Vietnam del Norte, fue alcanzado por el fuego antiaéreo y, tras saltar en paracaídas, resultó capturado por los vietnamitas. Conducido a la prisión de Hoa Lo, pasó en ella siete años, un cautiverio durante el que, como el propio Stockdale narraría más tarde, sufrió torturas, malos tratos y largos períodos de confinamiento en celdas de aislamiento. Uno de los rasgos del piloto que le ayudaron a sobrellevar el trance fue su afición a la filosofía y, en particular, su devoción por el pensamiento estoico: tenía como libros de cabecera, y en la prisión recordaría de memoria, el "Enquiridion" y los "Discursos" de Epicteto, el esclavo de origen griego que en la Roma del siglo I practicó y enseñó el estoicismo.
El militar americano soportó imperturbable las fracturas de huesos, lesiones y torturas que le infligieron, y mantuvo siempre un espíritu desafiante -que transmitió a la "sociedad clandestina de prisioneros" que organizó-, convencido de que la prisión no le doblegaría. En el escalofriante relato de su cautiverio reitera la idea de Epicteto de que "el temor es una emoción y controlarlo te fortalece", de suerte que si rechazas el temor "adquirirás una constancia de carácter que hará imposible que nadie te cause mal".
Cuando Collins le entrevistó, Stockdale manifestó que quienes habían sucumbido en la prisión eran los demasiado optimistas. "Eran los que decían "saldremos en Navidades" y las Navidades pasaban. Luego decían: "Saldremos por Pascua", y la Pascua llegaba y pasaba. Y luego lo mismo con el día de Acción de Gracias, y con la Navidad otra vez. Y al final morían con el corazón partido". "He ahí una lección importante", añadió. "No hay que confundir la fe en que uno prevalecerá al final -a la que no se puede renunciar- con la disciplina precisa para afrontar los hechos más brutales de la realidad actual, sea cual sea".
La esperanza y la crisis
Inspirándose en esas enseñanzas, Collins recomienda a los gestores de empresas que para sobrevivir a las adversidades las afronten con realismo, por brutales que sean, sin rehuir la verdad, con la fe de que a la larga, sin perseveran en el esfuerzo, lograrán superarlas. Esas mismas enseñanzas son aplicables también, a mi juicio, a los países y sus gestores cuando se enfrentan a crisis económicas graves.
Se equivocan quienes culpan al actual Gobierno de la grave crisis que atraviesa España, por más que esas sumarias condenas resulten un recurso retórico cómodo para todos aquellos a quienes la ideología les ahorra pensar (como escribía "El Roto" el sábado pasado en su viñeta de "El País", en una frase magistral aplicable a todas ellas, cualquiera que sea su signo: "¡Ideologías! ¡Qué gran invento para no pensar!"). Por desgracia, la crisis económica -cuyas manifestaciones más visibles son la subida vertiginosa del paro y del déficit público- tiene raíces muy profundas, cuyo origen remoto se remonta a los albores de nuestra democracia (el crecimiento ineficiente de las Administraciones públicas; la pérdida de calidad del sistema educativo y su desconexión con la empresa; la rigidez del mercado de trabajo...). A esas debilidades estructurales -mitigadas en los años 80 por la incorporación a la Comunidad Europea y en los 90 por los esfuerzos para formar parte del euro- se han superpuesto luego los efectos perturbadores de la intensa y prolongada burbuja inmobiliaria que provocaron la euforia y los bajos tipos de interés que produjo en España la incorporación al euro.
El actual Gobierno, sin embargo, ha venido cometiendo dos graves errores.
Transmitir confianza a un país sumido en una crisis es un arte difícil. Como enseñó Maquiavelo en "El Príncipe", quien acomete reformas de calado que, aunque precisas, dañen los intereses a corto plazo de grupos sociales bien organizados se enfrentará a graves peligros -entre ellos, su propia derrota electoral- , de forma que tales reformas sólo podrán prosperar en circunstancias extremas. Pero quien, sin suficiente fundamento, difunda entre los ciudadanos la esperanza de una pronta mejoría evitará acaso tensiones inmediatas, pero terminará socavando la confianza de los ciudadanos y agravando la crisis.
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