
¿Por qué algunos países son ricos, algunos se enriquecen y otros parecen atrapados en una espiral de pobreza y bajo crecimiento? No escasean las teorías que explican este fenómeno: para el sociólogo del siglo XIX Max Weber todo giraba en torno al papel de la religión (el protestantismo, en particular), que fomentaba la autonomía y la innovación. O las jerarquías aplanadas, en la jerga actual. Los economistas contemporáneos, como el Premio Nobel Amartya Sen, destacan la importancia de la igualdad relativa, que permite a la mayoría participar en la economía, lo cual conlleva el desarrollo y el crecimiento.
Y así podríamos seguir. En el tumulto de las confusas y, en ocasiones, contradictorias teorías, resulta más fácil identificar aquellos elementos sobre los que existe un amplio consenso de que obstaculizan la actividad económica. Entre los primeros puestos se sitúa la corrupción —el abuso del poder conferido para beneficios privado—, tanto si la practican los políticos y policías como jueces, dirigentes sindicales o empresarios. Esta semana, la organización Transparencia Internacional (TI), con sede en Berlín, publicó su Índice de corrupción anual, un estudio de 180 países basado en encuestas de opinión y otros datos, mediante los cuales se intenta medir sus niveles de venalidad.
Para que quede claro, ningún país está libre de estos males. En París, el exprimer ministro y expresidente Jacques Chirac deberá enfrentar acusaciones por sus actuaciones durante sus años como alcalde de la capital. En el Reino Unido, varios parlamentarios y ministros han sido puestos en la picota por las irregularidades de sus gastos, y Barack Obama es otro presidente estadounidense más, de una larga lista, que se ha comprometido a ‘limpiar Washington’.
No obstante, el factor fundamental es el grado de corrupción y su generalización lo que distorsiona el comercio y el desarrollo. Esto se refleja en la liga de países más corruptos de TI. No es de sorprender que los países desgarrados por la guerra, en los que el Estado apenas existe (Somalia, Sudán y Afganistán) estén a la cabeza: la gente hace lo que puede en los Estados fallidos.
A renglón seguido vienen los países cuyos pueblos son pobres, pero que el Estado es omnipresente y los funcionarios actúan con impunidad porque existen pocas probabilidades de rectificación. Los menos corruptos son los países estables con sociedades abiertas, como Nueva Zelanda y Suiza. Pero el índice no explica todo ¿Por qué países relativamente corruptos como China (79) y India (84) tienen un ritmo de crecimiento bastante alto?
La corrupción es un proceso simétrico: por cada soborno aceptado debe haber una oferta. TI sostiene que, en última instancia, la corrupción perjudica a todos. Existen varios motivos por los que es perjudicial para el desarrollo económico.
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En primer lugar, distorsiona el mercado: los contratos no son cuestión de precio y calidad, y las empresas que pagan sobornos adquieren una ventaja indebida sobre las que no lo hacen. Si en el asunto participan varias empresas, el resultado es una espiral competitiva viciosa hacia el fondo.
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En segundo lugar, la corrupción perjudica a los pobres: el precio del soborno tiene que sumarse al precio del producto. La ayuda humanitaria suele ser absorbida por los funcionarios y nunca llega a quienes más la necesitan. Y los sobornos pagados a la policía pesan mucho más en los presupuestos de las personas de menor renta.
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Por último, el crecimiento económico se basa en la confianza: en la administración de una justicia imparcial, en fuerzas de seguridad comprometidas a aplicar las leyes de manera equitativa y en políticos que trabajen por el bien común, no por el beneficio personal. Todos estos elementos son socavados por la corrupción.
Se han adoptado numerosas medidas para erradicarla. La Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción (PDF) entró en vigor en 2005, y hasta el momento ha sido ratificada por 141 países. Pero esta lista está encabezada (alfabéticamente) por Afganistán y Albania, lo cual indica claramente que queda trabajo por hacer. La propia TI llamó al G20 a adoptar medidas dentro de sus iniciativas de reforma del sistema financiero mundial: los paraísos fiscales y las cuentas de banco numeradas, sostiene, deben convertirse en cosa del pasado.
El millonario egipcio Mo Ibrahim, rey de la telefonía móvil, ha presentado una idea para reducir la corrupción en África. Su fundación recompensa a los líderes que transfieren democráticamente el poder con premios millonarios en dólares cuando dejan sus cargos.
Ibrahim señala que la pérdida de poder puede ser dura para algunos: “de repente se acabaron las mansiones, los vehículos, las comidas y el vino. Eso incita a la corrupción; incita a la gente a aferrarse al poder. El premio ofrecerá a personas básicamente buenas, susceptible de caer en la tentación, la posibilidad de optar por una buena vida después de dejar sus cargos".
David Mathieson - BBVA Global Trends Unit
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